El 2001 llegó y a la crisis del país se le sumó en el caso de Fernando una inundación que lo dejó en quiebra.

“No podíamos pagar el alquiler, el auto se fundió y perdimos la totalidad de la mercancía, no quedó otra que cerrar”.

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Con las heridas aún abiertas consiguió nuevamente trabajo en un laboratorio y lejos de bajar los brazos hoy afirma que el fracaso fue el mejor disparador para generar otras alternativas.

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Su trabajo en el laboratorio le daba estabilidad pero Fernando buscaba algo más por lo cual decidió intentar un segundo emprendimiento y comenzó a vender anteojos desde su casa.

De a poco la apuesta dio sus frutos, pero el 2009 llegaba para sacudir de nuevo su vida: el laboratorio en el que trabajaba cerró, luego le robaron el auto y finalmente lo echan del edificio por utilizar el espacio para una actividad comercial.

Tenía dos opciones, rendirse ante lo que le sucedía o arriesgarlo todo.

Fernando siempre creyó en los riesgos y allí se lanzó a alquilar un gran local y a aplicar en él todo lo que sabía del negocio. Con el apoyo incondicional de su familia el éxito no tardó en llegar y las heridas de aquel primer intento fallido cerraron para siempre.

Hoy ven el futuro con miras de seguir expandiendo sus franquicias y apostando a las redes sociales como recurso para ampliar sus servicios con el sello propio de quién conoce y ama lo que hace.

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